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7 jul 2014

Cristo y su madre, presos en McAllen

Periódico La Jornada
Lunes 7 de julio de 2014, p. 8
McAllen, Texas, 6 de julio.

Acompañadas por sus hijos, madres de familia centroamericanas esperan en el sur de Texas que las autoridades estadunidenses resuelvan su situación migratoria, ya sea para permitirles continuar en ese país o expulsarlas del llamado sueño americano.

Son mujeres y menores cuyas miradas tristes revelan parte del calvario que han sufrido para llegar a Estados Unidos, y una vez aquí, lo siguen padeciendo para lograr la permanencia en este país.

Alejandra Pagoaga es una de ellas. Junto a Cristo, su hijo de 8 años, llegó al refugio católico Sagrado Corazón, en Mc Allen –donde en lo que va del año han llegado 54 mil niños migrantes– para recibir ropa y comida y una cama donde dormir.

Durante 15 días permanecieron en la estación migratoria de Rio Grande City, donde junto con 30 personas más, adultos y niños, sanos y enfermos, fueron encerrados en un cuarto de seis por ocho metros con un solo baño.

‘‘Era muy triste todo ahí, yo me abrazaba al niño, pero había criaturas que estaban solas, de 8, 10 años; se separaron de sus padres o de sus tíos y llegaban solitos; todos dormíamos en el piso’’, relató.

‘‘Nos daban de comer muy raquítico; a los niños, unos envases con leche; a los grandes, lonches o burritos, todo frío, todo de mala gana, porque los verdes (oficiales de la Patrulla Fronteriza) no nos quieren aquí.’’

‘‘Se nos juntó el sufrimiento’’

Recordó que a finales de mayo pasado salió de su natal Choloma, Honduras, para empezar su largo viaje con destino a Tampa, Florida, donde vive su hermano José Andrés, quien le envió 3 mil dólares para pagarle a dos coyotes.

‘‘Mi amá me decía que dejara al niño, que para qué lo iba a traer a sufrir, pero yo no tuve corazón; entonces salí con Cristo de mi casa, era de madrugada; yo no sabía todo lo que iba a ver, una oye cosas, le platican, pero todo ese sufrimiento junto nadie se lo espera, la verdad’’, contó.

Alejandra, de 32 años y tez morena, no deja de mover las manos, curtida por la experiencia de criar a un hijo sola y deseosa de llegar a Florida, donde le prometieron un trabajo de afanadora en un hotel, a razón de 9 dólares por hora.

Luego de 15 días de viaje, Cristo y ella llegaron a Reynosa. ‘‘Nos subieron a una lanchita, pero nada más nos bajamos oímos unos gritos y unos perros; empezamos a correr, pero nos pescaron los de la migra’’.

Fuente: La Jornada



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